Las chicas





Emma Cline

Las chicas.

Anagrama, 2016.



            Había leído críticas muy elogiosas sobre esta novela y su joven autora en la prensa española y anglosajona, pero ya sabemos de la avidez de los medios y las editoriales por encontrar talentos jóvenes y encumbrarlos, lo cual no termino de entender, pues las cifras de ventas de libros no son precisamente lo que eran y por el lado de la gloria, nada hay más efímero que esta. De todos modos, esta libro de la joven y guapa Emma Cline no está nada mal, y lo destacaría entre el panorama de la literatura de ficción de los últimos años, junto a “La octava vida”, de la que quizás hable en otro momento.

            Las chicas es el retrato, narrado en primera persona por su propia protagonista, de lo que acaeció a una adolescente en la California de los últimos años de los sesenta. Sí, en aquellos años de la contracultura, Vietnam, las drogas, el sexo libre y los magnicidios, Evie, una chica de una familia de clase media con cierto nivel económico (su abuela fue una actriz de la época dorada de Hollywood y les dejó una considerable herencia, de la que van viviendo) que se siente rechazada por su entorno familiar, sus padres están separados, a su padre no lo ve y la relación con su madre es de amor-odio, algo tan típico de la adolescencia y de la ficción literaria, cinematográfica y televisiva yankee. Evie es rebelde, cuestiona no sólo a su madre, sino a su amiga Connie, a la que encuentra mojigata. Ella quiere liberarse, vivir su vida, disfrutar del sexo, de los porros, de la vertiginosa vida que se le puede abrir, que puede estar ahí para que ella la coja con sus manos. Por lo tanto, le resulta providencial que se cruce en su camino Suzanne, la líder de una secta que no nos cuesta identificar como la de Manson. Se va a ir a vivir con estos hippies, enamorada perdidamente de Suzanne, la única persona que, según su confundido punto de vista en medio de una confusión generalizada, va a saber darle el cariño del que está tan necesitada.

            Así, comienza su estancia en el rancho con esa particular tribu de jóvenes que se drogan y son violentos y raros y no se duchan y, como se verá, son capaces de cometer crímenes rituales sin motivo y sin sentido y sin ningún tipo de arrepentimiento. Las malas compañías llevan a Evie a un sendero de autodestrucción del que se va a salvar refugiándose en esa familia carnal que según ella no la supo querer.

            Narrado con una prosa que la buena traducción deja adivinar estilosa, incluso brillante en muchos pasajes, lo peor son los párrafos situados en el presente, con una Evie sexagenaria y sola, a merced un fin de semana de su hijo, un amigo y la novia de su hijo. No se va a regodear la autora, en lo que sin duda es un acierto, en ese crimen ritual final que es casi sin duda el que segó la vida de la mujer de Polanski, sino que nos presenta a la protagonista en el destino que su madre le tenía preparado y al que ella se acoge, un internado. La obra no deja de ser convencional a la par que una propuesta estimulante.




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