Dersa.
Fragmento
breve de la novela en curso
“Dublineses”.
Acabo de ver “Duelo silencioso” de
Kurosawa, puro arte y ensayo, como en mi adolescencia en el cine club de la
Facultad, donde vi Rashomon y el Perro rabioso. Tú aún vivías, aunque te
quedaban sólo un par de años de estar entre los vivos, o unos meses según
transcurría el tiempo. Para todos pasa y a todos nos espera el mismo final, la
muerte es muy democrática. Pero los muertos abonáis nuestra memoria, las
familias se alimentan de los recuerdos de los que se han ido y no sólo en Nochebuena; estáis en todas
partes, una vajilla heredada, la forma de cocinar, un sofá, un gesto, las
miradas. En este país hay muchos cadáveres de gente que luchó en tu bando
dispersos por las cunetas y si lo dices buscas revancha o eres un pelma, un nostálgico,
un trasnochado. Los vencedores enterraron con honores a los suyos, se hizo
incluso una ley de amnistía pro domo sua
para ellos, digan lo que digan, pero muchos queremos dejar testimonio de los
que luchasteis por un país mejor sin mensajes ni revanchismos, simplemente por
el respeto que merecen los que ya no están con nosotros y eran buenos y justos
y no hay por qué enterrar la memoria de un pasado que está ahí y debería
guiarnos, como nos guiasteis durante los setenta y los ochenta, ayudando a llevar por fin el país por la
senda de la paz y la libertad. Hoy en muchos hogares la gente duerme con las
fotos de sus padres, víctimas de la represión y la miseria moral de la
posguerra en la mesita de noche y la familia se sienta a comer los domingos y
el recuerdo sobrevuela todo el rato, quizá hasta se coma con esa vajilla
comprada en los cuarenta a algún buhonero, en algún baratillo, traída incluso
de Francia o el Norte de África, sí, el exilio, aunque hoy dé no sé qué cosa
decirlo, como si nos diera vergüenza haber perdido pero tener razón.
La madre habla a los hijos y nietos
de sus recuerdos, de la bondad de los abuelos, y se emociona y llora. Esas
presencias son muy fuertes y en muchos casos marcan el rumbo de todos. Los
muertos marcan el camino a seguir, se aparecen en los sueños, muchas veces tenemos
la sensación de que nos protegen, nos guían. Entre Teruel y yo hay un cordón
umbilical que no quiero cortar. Y esta noche, mientras la gente duerma, yo veré
una peli de Cursada y me acordaré de ti, de nuevo.
Por alguna parte, en casa de L tengo
el Quijote que me regalaste. Cátedra, Letras Hispánicas, tapas negras, anotado
por John Jay Allen. Lo he leído un par de veces, la primera durante una larga
estancia en Inglaterra, cuando tú ya no estabas entre nosotros. Dejaste una
familia disfuncional, pero, ¿cuál no lo es?, llena de extravagancias,
originalidades, pero buenas personas. Mientras tú y ella vivíais hicisteis de
argamasa, hoy me toca a mí ejercer ese papel. Me gustaría ver el monte Dersa,
creo que hoy hay edificios recientes. Vi vuestro chalet, a sus pies, abajo.
Mamá se acercó a la verja de entrada y se echó a llorar. No pasa día en que no
os eche de menos y todas las Nochebuenas llora al nombraros. Ahora la muerte
parece haberse desacralizado un tanto, incluso en un país tan católico como
este. Acudo a velatorios de padres y madres de amistades de toda la vida y
están muy enteros todos, nadie o casi nadie llora, son normalmente personas de
ochenta y muchos años y la vida sigue, hay que trabajar, pagar facturas,
colegios, universidad. Nosotros somos demasiado temperamentales, exagerados
incluso. Pero eso no quita para que nada ni nadie, por supuesto no yo, pueda
llenar vuestro vacío. No he vuelto a releer ese Quijote, me compré otro el año
del centenario, barato pero mejor, papel biblia, letra grande. Nadie lo lee ya,
al menos en la tierra de don Miguel, no como en aquellos lejanos ochenta,
cuando no pasaba semana sin que me trajeras algún libro. “Eres un intelectual”,
me espetaste en uno de tus últimos momentos de lucidez, como un “No quiero
verte triste”. En el 87 fuimos a Ceuta a la boda, a Tetuán luego, donde unos
niños harapientos nos fueron rodeando, a nosotros, varios adultos, y nos
terminaron por atracar y quedamos con unos miles de pesetas de menos y mucho
miedo. Nos alojamos en un hotel grande, lujoso. Quiero volver al monte Dersa
antes de morir, quizá cuando acabe de escribir esto.
Al final del segundo párrafo, donde reza Cursada, es Kurosawa...¿alguien se acuerda de él, alguien se acordará de nosotros?...
ResponderEliminar