La náusea
Jean Paul Sartre.
La náusea.
Colección Obras Maestras de la
Literatura Contemporánea.
Seix&Barral, 1983.
Recuerdo
el estupendo sabor de boca que me dejó leer La Náusea de Sartre en mi primera
adolescencia en aquella colección de quiosco de tapas marrones de
Seix&Barral que me fue comprando mi abuelo cuando hacía el bachiller, de la que hoy conservo más de cien volúmenes
y en la que he releído esta obra del autor francés casi treinta años después.
No es extraño que interese el
existencialismo a un adolescente con ínfulas literarias. Sartre fue un tipo
extraño y contradictorio, cuyo papel en el París ocupado no conozco bien, pero
del que se ocupa Alan Riding en un libro, Y siguió la fiesta, que tengo
pendiente de leer. Claro tengo que fue mucho más honesto toda su vida en sus
planteamientos Camus, pero ello no le quita a Sartre su condición de
intelectual y buen escritor, por mucho que pueda no caer simpático.
Nada más comenzar la obra vemos que
el protagonista, Antoine Roquetin ha debido morir, pues los editores avisan de
que publican ese libro que ha sido encontrado entre sus papeles. Roquetin vive
en la Francia de provincias dedicado, al poseer una modesta renta, a redactar
un libro sobre un personaje de la Francia posrevolucionaria, pero sin mucho
afán, llevando una vida gris y solitaria de pensiones y restaurantes de menú
barato tras haberle abandonado su novia, con la que se había dedicado
anteriormente a recorrer el mundo.
Roquetin es el prototipo del
existencialismo: no encuentra ningún sentido a la vida, todo le parece fútil,
una “pasión inútil” que diría Camus. Va a la biblioteca, donde entabla una fría
relación con el aquí llamado Autodidacta, otro personaje oscuro que va
diariamente a la biblioteca a instruirse. Además, mantiene una fría relación
sexual con la patrona de uno de los figones donde come.
La obra está escrita exactamente en
los años treinta, antes del segundo conflicto mundial, y apenas hay referencias
a la política internacional, pero por su clima de pesimismo parecemos
encontrarnos ya en plena posguerra, sabiendo y habiendo sufrido todos los
horrores del nazismo.
Me niego a escribir nada sobre el Covid-19, me resulta
demasiado horrible, demasiado doloroso. Asomarse a Sartre en estos tiempos tan
difíciles puede resultar un ejercicio de lucidez
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