Cerrar los ojos

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Vuelve Erice, pleno en sus más de ochenta años, para callar las bocas de tanto maldicente que se ha empeñado en negar el pan y la sal al que es, sin duda, nuestro mayor director junto al mago de Calanda. Y lo hace en un film que puede que se perciba como a contracorriente, pero es que de eso se trata: cerrar los ojos es puro arte, una lección de sabiduría en un cine patrio estancado muy condescendientemente en thrillers y dramas rurales que, por muchos premios y reconocimientos que recojan, están a años luz de este pequeño milagro que es cerrar los ojos.


La trama es en apariencia sencilla: Miguel Garay, un impagable Manolo Solo, es un escritor y director de cine fracasado, derrotado por la vida, que malvive apartado de todo en lo que parece el Cabo de Gata. Su amigo Julio, actor, desapareció hace más de veinte años durante el rodaje de su filme, y lo han dado por muerto. A Miguel lo llaman de un programa de tele realidad (Erice sitúa la cinta en el 2012, recién estrenado el reinado de Rajoy) para que hable del suceso. Y visita los restos de su pasado en un Madrid intemporal: su amigo Max, proyeccionista, otro derrotado, Ana, la hija de Julio, no mucho más adaptada, y Lola, un antiguo amor, otra que se refugia en su música y su soledad. Vuelve Miguel a su rincón del sur, donde pesca y cultiva tomates y traduce libros del francés para subsistir, hasta que lo llama Marta, la conductora del programa: tachán, han encontrado a Julio en una residencia para ancianos, no lejos de su retiro. Y se produce el encuentro con Julio, que ha perdido la memoria y hace chapuzas para las monjitas del asilo a cambio de un cuartucho. Miguel decide proyectar en un cine ya cerrado el final de la película que quedó sin rodar, para intentar despertar a su amigo. Y ahí se cierra el mágico círculo, en un final antológico, con una chica que se tapa los ojos con un abanico, un excelso Josep María Pau que cae muerto ante su hija y un José Coronado que cierra él mismo los ojos.

Pero todo esto es lo de menos para hacer un recorrido por la memoria ("La memoria no lo es todo, están los sentimientos"), la vejez y su aceptación, el amor, la amistad, el paso del tiempo y la muerte. Y referencias literarias y cinéfilas por todas partes: quien vende caligrafía de los sueños a Miguel es la propia Berta Marsé, ese "soy Ana, soy Ana", cincuenta años después (Ana Torrent, de lo mejorcito del país, merecía mejor suerte en su irregular carrera), los "rosebud" de Julio /Coronado, la foto de la niña y la pieza de ajedrez, la segunda parte de "el sur" y la malograda "el embrujo de Shangai...En fin, para qué seguir, gracias y suerte, maestro.


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