Moderato Cantabile
Moderato Cantabile.
Dir: Peter Brook
Guión: Marguerite Duras, Gérard Jarlot.
Int: Jeanne Moreau, Jean-Paul Belmondo, Pascale de Boyssos.
Dir: Peter Brook
Guión: Marguerite Duras, Gérard Jarlot.
Int: Jeanne Moreau, Jean-Paul Belmondo, Pascale de Boyssos.
Muy francesa cinta de los comienzos de la "nouvelle vague" pese a estar dirigida por un hombre de la escena (sobre todo del teatro) británica, Peter Brook.
spoiler:
La acción puede parecer tópica: una aburrida mujer de clase acomodada busca salir de su hastío vital y lo hace entablando amistad con un humilde obrero, empleado de la fábrica de su marido. Translada a la pantalla una novela de Marguerite Duras, y sus constantes están muy presentes.
Las soluciones de la puesta en escena son hábiles e inteligentes, así como el empleo de la luz. Estamos en una aburrida ciudad de provincias industrial francesa y corre el año 1960. Todo es aburrido y monótono, gris, como la luz del atardecer en la que transcurre la película, en esta Europa occidental que hace poco ha salido de la guerra y cuyos dirigentes deciden reconstruir e industrializar, pero si la comparamos con lo que estaba ocurriendo en los países del telón de acero, era el paraíso terrenal.
Jeanne Moreau llena la pantalla, como siempre, dando vida a esa nihilista Anne que acude a diario a charlar con su amigo sobre un crimen que ambos han contemplado. El marido es inexistente, su vida es nigérrima y ni siquiera la presencia de su joven hijo parece atarla a este mundo.
El director elige retratar a propósito los lugares de la ciudad con rápidos travellings y movimientos de cámara: el río, el mar, surcado por barcos, el bosque y el eterno café donde se citan estos amantes imposibles. Quizá la cinta hubiese dado más de sí en manos de Resnais, Truffaut o Rivette, pero queda muy bien como testimonio de una época y unas circunstancias y es grata de ver.
Las soluciones de la puesta en escena son hábiles e inteligentes, así como el empleo de la luz. Estamos en una aburrida ciudad de provincias industrial francesa y corre el año 1960. Todo es aburrido y monótono, gris, como la luz del atardecer en la que transcurre la película, en esta Europa occidental que hace poco ha salido de la guerra y cuyos dirigentes deciden reconstruir e industrializar, pero si la comparamos con lo que estaba ocurriendo en los países del telón de acero, era el paraíso terrenal.
Jeanne Moreau llena la pantalla, como siempre, dando vida a esa nihilista Anne que acude a diario a charlar con su amigo sobre un crimen que ambos han contemplado. El marido es inexistente, su vida es nigérrima y ni siquiera la presencia de su joven hijo parece atarla a este mundo.
El director elige retratar a propósito los lugares de la ciudad con rápidos travellings y movimientos de cámara: el río, el mar, surcado por barcos, el bosque y el eterno café donde se citan estos amantes imposibles. Quizá la cinta hubiese dado más de sí en manos de Resnais, Truffaut o Rivette, pero queda muy bien como testimonio de una época y unas circunstancias y es grata de ver.
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