Dublineses. Finis coronat opus.
Vengo de la Calle Alcocer. He paseado por
la pinada en dirección al chorrillo, he pasado por la maquinita de Levante. He
visto, claro, la casa de la abuela. Las casas de Ginés y demás vecinos de
enfrente no existen ya. Luego he ido al café mayor. En general, el pueblo está
triste, empobrecido, sin vida, o al menos eso me ha parecido. Hace treinta años
no era así, no es el recuerdo que guardo.
Al final en el verano del 88 Bernardo se
pone muy mal y lo llevan al hospital, donde agoniza. El cura se acerca a hablar
con él, a darle la extremaunción. Él le dice que está encantado de charlar y
agradece la visita pero que de óleos
(gori gori los llamaba) nada. La noticia corre por el hospital. Voy a
verlo, me dice que no esté triste. Tiene convulsiones, y muere, es el final, su
final, como el que nos ha de llegar a todos. Luis Miguel está en Canadá
haciendo un curso de verano con el primo colgati. A la vuelta vamos a recogerlo
y en el coche mamá le dice que tenemos que darle una mala noticia. No dice
nada, llora.
Este ha sido el intento de contar la vida
de mi abuelo y, por extensión, la mía. Mi abuela Maruja lo sobrevivió 11 años,
murió en el otoño del 99, en Jaén, adonde había ido a que le vieran la hernia
de hiato, que le molestaba mucho. Al ir a subirse al ascensor cayó muerta.
El resto de los miembros de la familia
estamos vivos, la vida nos va tratando medio bien. Van pasando los años, vamos
envejeciendo, entre alegrías, tristezas, problemas, sinsabores, cosas buenas,
como en todas las familias. Ya decía Tolstoi que todas las familias felices se
parecen y las infelices lo son cada una a su manera. En mi familia hemos sido
bastante felices, pese a los muy malos ratos que nos ha deparado la vida, pero
los peores están por venir.
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