Chaplin.
Charles Chaplin
Mi autobiografía
Debate, 1992.
He
tardado casi treinta años en leer este estupendo libro desde que me lo regaló
una amiga. La edición es de octubre del 92 y supongo que el regalo fue de
cumpleaños, cuando hice los 26 o así, o sea, cuando tenía mitad de años que
ahora, cómo pasan las ilusiones de la juventud, qué poco dura todo, como señala
la Mariscala en el caballero de la rosa.
Conforme leía el libro he ido viendo
varias de las películas mudas de Chaplin en filmin. He de confesar que ha sido
todo un descubrimiento, pues de entrada Chaplin no me entusiasmaba, el recuerdo
que tenía de Charlot de haberlo visto en la tele en la época de Pilar Miró era
negativo, como una especie de fabricante de cortos infantiloides. Lo que ocurre
es que Chaplin es muy agridulce y para paladearlo creo que hay que tener cierta
edad. El visionado estos últimos días de tiempos modernos, el chico, el circo,
etc, me ha supuesto una gran alegría cinematográfica y vital.
La figura de ese Tramp, Charlot,
siempre hambriento y solo es reflejo sin duda de la miserable niñez de Chaplin,
que fue durísima, con el hambre y todas las desgracias imaginables como
compañeras. No tardó el niño Chaplin en ingresar en el mundo del music hall en
su Inglaterra natal, y de ahí, tras su éxito, se embarcó a Estados Unidos,
donde lo que le ocurrió es sabido y se cuenta entre las cimas de la cultura del
pasado siglo.
Chaplin escribe bien, tiene una
memoria prodigiosa, dando detalles desde su niñez de manera prolija, su vida
fue fascinante y, todo hay que decirlo, la traducción de Julio Gómez de la
Serna es muy buena.
El pronto éxito americano llenó los
bolsillos de Charlot, que se encontraba muy cómodo en el mudo, costándole el
paso al sonoro. Respecto de su vida social, era invitado a todos los palacios y
por todos los dignatarios mundiales, y disfrutaba del lujo, de las mujeres, de
sus amigos. Pero una acosadora se cruzó en su camino y lo lió y se vio envuelto
en un largo y pesado proceso penal que le enemistó con su país de acogida.
Esto, unido a las acusaciones que el macarthysmo vertió sobre él (nunca fue
comunista, en el libro se declara más bien laborista) le empujaron a abandonar
los Estados Unidos con su última esposa, Oona O’Neill para establecerse en
Suiza, donde murió a una edad muy avanzada.
La lectura de este ameno y vital y
agridulce libro, uno de los mejores que he leído sobre el mágico mundo del
séptimo arte me ha reconciliado durante unos días con la vida en medio de este
caos de sinsabores que vivimos.
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