Trotsky










Trotsky



La segunda muerte de Ramón Mercader. ¿Se puede morir dos veces?. Semprún vuelve a jugar con la memoria; memoria de la muerte, de las ideas, del Mal absoluto, el Mal radical.

            El abandono del comunismo (esa infantil pesadilla del siglo XX, que a tantos hombres inteligentes sedujo), por parte de alguien que había dirigido al PCE en el interior de España, en la clandestinidad, infiltrarse entre obreros y estudiantes, con identidades falsas, con grave riesgo para la vida. ¿Qué puede pensar de ese riesgo alguien que ha sobrevivido a Buchemwald?. El exterminio, el frío, el horno crematorio, la cámara de gas El hombre, el ser humano mostrando todo el horror de que es capaz.

            Las pesadillas del pasado siglo, y la incertidumbre de uno que ha empezado con parecidos errores. ¿sobrevivirá mucho tiempo el hombre sobre la tierra? Quién sabe.

            La decisión de Sophie, o morir estando aún vivo. Sobrevivir a Auschtwitz, a todos los seres queridos y llevar un estigma que la hace caer en una relación destructiva. Sophie decide entregarse, obsesiva, enfermizamente, a Nathan. Será su segunda muerte, la definitiva, con una cápsula de cianuro, como Goering, como Himmler, los verdugos, sus verdugos. Sabe alemán y eso le salva la vida, como a Semprún. Visión de Delft (cuadro que nombra este escritor español que escribía en francés), de quien Proust o Malraux dijeron que era el cuadro más bello del mundo. La memoria del dolor, del horror. La locura que se apoderó de un país como Alemania, el más culto y desarrollado de Europa. Sophie escoge su muerte, junto al desequilibrado Nathan. No es judía, sino católica, como buena polaca. El XX, un siglo para olvidar, ¿olvidar?.

            Yves Montand, en “la confesión”, protagoniza a uno de los acusados de las purgas de Checoslovaquia. ¡Cuánta mentira encierran los totalitarismos, y a cuánta gente han subyugado!. Semprún hace ya un par de largos años que descansa en paz. Y yo me veo obligado ahora a trabajar con la memoria. En mi caso no de un campo de concentración, sino de la guerra civil, nuestra guerra, nuestro particular infierno, en el que estuvieron los míos: Teruel, batallón de artillería. Frío y miedo, muerte, metralla. Sophie decide autodestruirse, su memoria no la deja vivir. Yo he vivido mis propios infiernos, como cualquier persona de mi edad, la muerte nos espera a todos, caerá sobre nosotros como caen los copos de nieve al final de Dublineses.

            The prophet unarmed. Critica el estalinismo, y glorifica a Trotski. La biografía de Robert Service me parece la definitiva. Pero no estamos en las purgas de Checoslovaquia, como en “la confesión”. Me gustaría contemplar “visión de Delft”, de la que Proust o Malraux dijeron que era el cuadro más bello del mundo. Ahora leo a Henry James, The portrait of a lady, me deleito con su prosa, las descripciones de las costumbres de la alta burguesía inglesa que tanto conocía el autor norteamericano. Vuelvo a the prophet unarmed, crítica al comunismo estalinista y una exalta a Trotski. Pero quiero hablar de mis paseos por la Rue Rennes un verano del 88, cuando la ansiedad se apoderó de mi organismo.

            Por todos lados había anuncios de “urgencias psiquiátricas”. Seguía en el poder Miterrand, que comenzó su mandato enfrentándose al capitalismo, pero pronto dio marcha atrás, llevado sin duda por presiones, y por el pragmatismo, del que siempre se contagia la socialdemocracia. Leo a Henry James. Estamos en Enero y hace calor por las mañanas, calor que dura hasta que se esconde el sol. El planeta se muere. La gente ve fútbol y está contenta con Rajoy: casi nadie protesta. Hay carteles luminosos de “urgencias psiquiátricas” .Charlo en Notre Dame con una chica muy guapa, creo recordar que estadounidense, mas no estoy seguro. La gente está resignada con el capitalismo. Fútbol, centros comerciales, políticos ladrones y banqueros sin escrúpulos: la situación me recuerda a los años 30. Puede que la chica tan mona fuese belga, u holandesa. Entro en una librería y compro “opus nigrum” para Paula. Aún no domino el francés.

            No voy al Louvre, prefiero callejear. Hace calor, me siento mal. ¿Se puede morir dos veces?. El profeta desarmado fue un mal tipo. Las revoluciones siempre terminan en tiranías. Hay fútbol y gente resignada y un partido de derecha extrema en el poder. Añoro mi adolescencia.

            Picado con Trotski, comienzo su “historia de la revolución rusa”. ¿Se creía un profeta?. Desde luego un salva patrias.

            Pero el “viejo”, no sé por qué, me lleva a una calle de París, la Rue Rennes, donde en el verano del 88 tuve mi primera muerte. ¿Se puede morir dos veces?. Leo que, a día de hoy, la esperanza de vida en España es de 83 años. Ninguno de los dos llegó, mientras hoy ves por la calle a innúmeros ancianos, octogenarios y nonagenarios, en sillas de ruedas, empujadas por familiares o inmigrantes. En el frente de Teruel no se vivía tanto; al contrario, se moría mucho, se moría continuamente.

            Tengo la cabeza llena de memoria. En las calles parisinas veo letreros luminosos de urgencias psiquiátricas. Trotski combate al ejército blanco. No sabe que veinte años después será asesinado por un comunista español, en México. Zinoviev, Kamenev, Bujarin. .Mueren en las terribles purgas de los treinta, asesinados por Stalin,. De otro modo, se habrían matado entre ellos. Las revoluciones sólo traen muerte y tiranía.

            Escucho la octava sinfonía de Shostakovich. El compositor ruso también sufrió las purgas y su vida llegó a correr peligro. Durante toda su azarosa existencia fue una víctima del régimen soviético, ese que ayudó a crear nuestro profeta. Su historia de la revolución rusa no aporta nada. Temo que no fue el gran escritor que se han empeñado en mostrarnos tantos intelectuales progresistas. La octava sinfonía: pocos pueblos han sufrido tanto como el ruso: de los zares a los sóviets. Nunca han tenido democracia ni, temo la tendrán. Lo más parecido a un régimen de libertades fueron los años de Gorbachov.

            La música de Shostakovich es siempre desgarrada y desgarradora. Apenas había oído otra cosa suya que la “Leningrado” mientras paseaba por París. El tiempo pasa, inexorable. Ya no quedan más profetas que el sacrosanto mercado. El país está triste, la gente, resignada. Los bolcheviques se dejaron la vida en el empeño de crear una sociedad nueva, pero fue impuesta desde arriba, por una camarilla y por eso mismo nació muerta.

            Hace tiempo que no voy a París. He revisado hace poco Novecento, una de las obras maestras de la historia del cine. Mi adolescencia queda lejos, y no quedan más utopías que el consumo y la estupidez generalizada.



           



           




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