Adiós






Adiós.





            Querida Almisch:

            Estoy cada vez más débil y deprimido .Según los últimos informes de los médicos, mi corazón empeora y no me queda mucho tiempo. Apenas puedo, como sabes, dirigir ni componer .He decidido poner fin a todo este sufrimiento que mi situación supone para todos: cuando entres a esta habitación y leas estas líneas, yaceré sin vida en la cama. No te sientas en ningún momento culpable, estos ocho años que he pasado a tu lado han sido para mí de felicidad, de plenitud. Me has dado mucho, más de lo que piensas. Antes de conocerte andaba errabundo, infautado y engreído, encerrado en mi mundo. Sufría, pese a los reconocimientos y el dinero, vivía tiranizado por una hermana que nunca me entendió y una sociedad que siempre me ha despreciado. Contigo se me abrieron todas las puertas, tu familia me aceptó y pude integrarme, con tus amigos, con tu entorno. Dejé de ser un judío apátrida (mi conversión nunca fue sincera) y pasé a ser un distinguido miembro de esa Viena tan provinciana y atrasada.

            Creo que no me he portado contigo todo lo bien que debiera: corté las alas a tu carrera, te convertí en mi copista y musa, te encerré en mi jaula. Te pido perdón y espero que guardes buen recuerdo de mí, de nuestros años juntos; espero que hayas sido feliz a mi lado. Te he querido mucho, a mi manera, puede que de forma egoísta, pero lo he hecho todo lo mejor que he sabido.

            “A menudo pienso que sólo han salido”, ay, Almisch, los Kindertotenlieder, Marie. Su muerte fue un mazazo terrible, pero nos mantuvimos unidos, el dolor nos hizo cómplices. Yo siempre he vivido con la muerte, perdí de niño a la mitad de mis hermanos, cada pocos meses llegaba otra muerte, llantos, un entierro. Yo salía a pasear, escuchaba a las bandas callejeras, lloraba, aporreaba el piano, continuaba con mis clases. “Vivo solo en mi cielo, en mi amor, en mi canción”, ¿lo recuerdas?, ese verso de los Rückertlieder que tanto te gustaba. Así he vivido yo contigo, en mi cielo, en tu amor, en nuestra canción de amor perpetua

            ¡Qué felices eran esos largos veranos!, cuando tras mis horas de trabajo salíamos a remar, merendábamos, paseábamos. Luego os dejaba un rato para nadar, el ejercicio siempre me vino bien para aclarar mis ideas, templar mi espíritu. Muchas noches cantabas al piano y los lugareños se acercaban desde el lago a escucharte. Yo salía al portal, los saludaba, cambiaba con ellos unas palabras y mi iba contento a la cama, lleno de dicha.

            No te puedo decir que tu episodio con Gropius dijera mucho de ti, no me lo esperaba, fue un golpe bajo. Pero igual te digo que tienes que rehacer tu vida, no puedes ir por ahí siendo la viuda de Mahler, eres joven y tienes toda la vida por delante. Quédate aquí, en América, en Europa soplan vientos de guerra, franceses y alemanes andan con sus odios ancestrales. Esta tierra es nueva y prometedora, tolerante: en ningún momento me he sentido rechazado, nos han acogido muy bien, les estoy agradecido. Lamento no vivir para ver el desarrollo del cinematógrafo, un medio al que le auguro un gran porvenir, creo que va a desplazar a la literatura, la música, pero sin anularlas, es un compendio de todas las artes, y estoy seguro de que va a contribuir a llevar la música al gran público.

            Vuelve a Viena, arregla nuestros asuntos e instálate aquí. Cuida de Anna, es una niña muy despierta, mira que siga con sus clases de música, ha heredado lo mejor de los dos.

            Respecto de mi obra, como he dicho a algunos críticos, estoy seguro de que mi tiempo llegará. Sin querer pecar de vanidoso, estoy orgulloso de lo que lego a la posteridad, ha sido el trabajo de toda una vida. En tus sabias manos dejo su defensa. La décima está sólo esbozada, pero tienes las nueve sinfonías, los lieder, la canción de la tierra. Hace frío en esta habitación, es la hora del té, estoy dispuesto a cruzar ese umbral, no siento miedo. Ya me he ocupado de que todo sea rápido, tomaré un frasco de esas pastillas que me receta el doctor Brown, un buen hombre. Ya me atrevo a charlar con él en inglés, es un idioma más simple que el alemán o el francés.

            Añoro Viena, la ópera, a nuestros amigos, el cascarrabias de Strauss, nuestra casa, Tolbach, los paseos a tu lado por el Prater. Todas las cosas de esta tierra se abren para vosotras, Almisch, yo sólo soy un judío viejo y enfermo que afronta sus últimos instantes con serenidad. No estés triste, te quiero, hasta siempre.

Gustav.
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