Milena
Milena
En
las cartas a Milena ya en los últimos años de su vida, Kafka está lejos de ese
solterón mojigato que nos han presentado. El autor checo es atrevido, se pone
de forma ardiente a los pies de su amada, desea apoyarse contra sus senos. Ella
va a traducir parte de sus escritos al checo. ¿Fue Milena la mujer de su vida,
fue quizá Felice, o esa misteriosa Dora Diamant, que lo cuidó con mimo en
Berlín en sus últimos meses?.
Milena,
al igual que parte de la familia del autor checo que seguía con vida, va a
morir en un campo de concentración, que era también el destino que le estaba
reservado a él. Heydrich se haría el amo de Checoslovaquia, pero el atormentado
Franz no viviría para verlo. Unos años antes, con vómitos de sangre, amaba,
amaba con pasión.
Franz
escupe sangre y escribe a Milena. Lo que al principio es una amistad, se va
convirtiendo en una pasión. Nuestro solterón neurótico ama a una mujer que
habría de morir en 1944 en Ravensbrück, a manos de esas malas bestias que
destrozaron la idea de Europa, la cultura, la dignidad del ser humano.
En
sus diarios, apenas hace referencia a asuntos sociopolíticos: “Alemania ha
declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a la piscina”. Insomne, recluido
para tratarse, escribe cartas con fervor. Su familia va a morir también en la
Shoah, pero eso queda lejos ahora. Hay que volver a esa odiada oficina donde el
gran escritor del siglo XX (actualmente, prefiero a Scott Fitzgerald, de vida
no menos azarosa), ve desesperado cómo se le escapa la vida atrapado en una
rutina pasmosa. Los vómitos no paran. Lejos queda el recuerdo de otro amor,
quizá más pacato, que no acabó en boda por decisión suya.
Milena
agoniza en un campo de la muerte. Hace 20 años que su amado murió. Si no se lo
hubiera llevado el bacilo de Koch, compartiría cautiverio, en ése u otro campo.
Joseph
K se enfrenta a un proceso del que desconoce las acusaciones y cualquier otro
tipo de contingencia. Gregorio Samsa amanece convertido en un bicho inservible,
improductivo. Todos sus personajes se enfrentan al absurdo de una muerte
injusta y arbitraria. Veinte años después, toda Europa es un campo de exterminio:
el pueblo judío prácticamente va a desaparecer a manos de la SS, de Heydrich y
Himmler.
Europa
dejó morir a sus judíos. De una forma u otra, más o menos ocupados por el
Tercer Reich, casi todos los países de Europa entregan a sus judíos. Un judío
checo pergeña a un agrimensor al que nadie quiere señalar su tarea. Joseph K va
a morir, tras un proceso en el que nadie le informa de su acusación. Las
novelas y relatos de Kafka reflejan el absurdo y el horror del mundo que le
tocó vivir: cae el Imperio Austro-húngaro tras la primera Gran Guerra del siglo
XX, el principio del fin. Pero él tiene hemorragias y escribe cartas
desgarradas. La Shoah está lejana, y sólo su prematura muerte le libró de
perecer en medio de ella. Pocos escritores como él han sabido reflejar el
sinsentido de la vida. Praga era entonces un centro cultural y económico de
vital importancia. A nuestro K le dio tiempo de contemplar su decadencia.
El
amor como asidero, quizá para escapar de su ambigua relación con su padre, al
que escribirá una extensa carta que puede hacer las delicias de cualquier
psicoanalista
Escribe
Franz a Milena:
“Pero
luego leí la carta con cuidado, es decir, leí con cuidado la carta del domingo;
postergo la lectura de la carta del lunes hasta recibir la próxima, hay en ella
cosas que no podría leer con atención, no lo soportaría…”.
Nuestro
hombre se libró de llevar una estrella de David en el pecho, del internamiento
seguro en un campo en el que recibiría por todo alimento un pequeño trozo de
pan negro con margarina al día. Los aliados se van a portar cobardemente ante
el ascenso del Tercer Reich. Cuando se anexionan Austria y Checoslovaquia ya
será demasiado tarde, Alemania ya se había armado hasta los dientes para
desencadenar un conflicto de dimensiones que nunca podremos entender. Pero
Franz tiene hemorragias, está cerca el fin. Dora Diamant lo cuida.
Le
reprochará a su padre que lo haya empujado a un trabajo aburrido y burocrático,
y finalmente entregará sus escritos a Max Brod para que los queme. Creo que si
hubiera querido privar al mundo de sus pesadillas, los habría quemado él mismo:
“Alemania ha declarado la guerra a Rusia………
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