Cine, mucho cine...






El evangelio según San Mateo
137 minutos
Italia, 1964.
Dir: Pier Paolo Pasolini
Int: Enrique Irazoqui, Margherit Cavour, Marcello Morante, Susana Pasolini.


            Tuvo que ser el marxista y heterodoxo Pier Paolo Pasolini quien nos ofreciera la mejor película que se haya filmado sobre Jesús de Judea. Tomando como base el evangelio de Mateo, el director italiano pinta un fresco muy real, doloroso, lacerante sobre la vida, pasión y muerte de la figura más importante de la Historia. Pasolini nos muestra a un Jesucristo tal y como nos lo han enseñado en el colegio, humilde y cercano a los más desfavorecidos, justo, piadoso.
            La banda sonora, con los recurrentes temas de la pasión bachiana y la música para un funeral masónico de Mozart, acompaña muy bien todo el recorrido de la cinta, subrayando los momentos álgidos. Un actor español, Enrique Irazoqui, interpreta su personaje a la perfección. La propia madre del cineasta, ese gran pensador del marxismo que fue, interpreta a María, madre abnegada que llora ante el suplicio de su hijo. El film tiene un ritmo trepidante que no deja respirar. Su blanco y negro rodado en decorados y exteriores, es bastante fiel a lo que debió ser la Galilea de hace más de veinte siglos. El cine de Pier Paolo, autor de memorables trabajos como Teorema, Edipo Rey o pajaritos y pajarracos, fue ninguneado, perseguido, condenado al ostracismo por los píos de la Democracia Cristiana y la Iglesia, que a día de hoy siguen dirigiendo Italia, pero encuentra un excepción en la que seguramente sea su película más lograda: fue acogida con entusiasmo por las autoridades eclesiásticas.
            Vemos al comienzo que está dedicada a la memoria del Papa Juan XXIII, una figura avanzada para el contexto de su época. En “el evangelio” puede que nuestro poeta esté presagiando su propio martirio, que ocurriría 11 años después en Ostia, en un crimen que todavía está por esclarecerse.
            No he visto el biopic de Abel Ferrara. Nos queda hoy el cine de este maestro incómodo, su poesía, su obra en prosa. Me conmueven unos versos de “las cenizas de Gramsci”, otro mártir de la izquierda:
“Y si amo el mundo sólo es/por su violencia e ingenuo amor sensual/así como, confuso adolescente, /lo odié un día cuando en él me hería/el mal burgués que en mí –burgués-había”.




Barbarroja
Dir: Akira Kurosawa
Int: Toshiro Mifune, Yuzo Kayama, Yoshio Tschiya, Tatsugoski Ehara.
Japón, 1965.



            Akira Kurosawa, uno de los grandes maestros del séptimo arte, nos regala una vez más una verdadera joya para los sentidos. Aunque anclado en la tradición de su país, era un gran admirador de la cultura occidental, como lo demuestran sus adaptaciones de Shakespeare o Dostoievski.
            Puede que la cinta que nos ocupa no tenga el aliento épico de “Los siete samuráis”, la obra más redonda del autor nipón, pero en ella reposa la profunda carga de humanismo que caracteriza a su obra.
            Estamos en el siglo XIX, en un pequeño pueblo. El doctor Yasamoto (Yuzo Kayama), no consigue su deseo  de ser médico del Shogun. Es destinado a un hospital para pobres, donde el doctor Niide (la última colaboración entre Toshiro Mifune y Kurosawa), defiende ideales humanistas y avanzados en la práctica de la medicina. Para Barbarroja, la enfermedad va muy ligada a la pobreza y las injusticias, y aquí el autor hace una crítica al poder, a los políticos, que según dice Barbarroja, “no se han ocupado nunca de los pobres”.
            El hospital es todo un microcosmos (es posible que Kurosawa leyera la gran novela sobre la enfermedad y la muerte, “La montaña mágica”, de Thomas Mann), donde languidecen y mueren los pacientes. Algunos de éstos van contando su vida en unos flash-backs difíciles de seguir. Estamos todos sujetos a la tiranía de los médicos, pero el maestro nipón nos presenta una medicina que además de intentar curar está muy enraizada en la comprensión, la bondad. En este hospital los pacientes, médicos y enfermeras conviven en paz y armonía,  y se desarrolla un enorme espíritu de camaradería, la que sabe imprimir el doctor Niide..
            Rodada en un glorioso blanco y negro, como Rashomon, Trono de sangre o Los siete samuráis, hay unos magistrales emplazamientos de cámara en cada plano, la cámara se mueve con agilidad, los actores están todos magistrales y se van sucediendo la estaciones, el paso del tiempo, los pacientes van muriendo o salvándose, como ese niño-ladrón envenenado, todo un logro. Japón nos ha dado algunos de los grandes cineastas de la historia, aparte del monstruo que nos ocupa, como Mizoguchi u Ozu.
            Fábula moral sobre lo mejor del ser humano (Yasumoto le dice a esa prostituta con la que entabla una amistad muy hermosa, que el doctor Niide es un buen hombre), obra maestra que quizá haya influido sobre la reciente y magnífica “Un asunto real”.

Criaturas celestiales
Dir: Peter Jackson
Int: Kate Winslet, Melanie Lynskey, Sarah Peirse, Diana Kent.
Nueva Zelanda, 1994, disponible en filmin


            Peter Jackson, antes de embarcarse en aventuras ultracomerciales para adolescentes, hizo alguna que otra gran película como ésta que nos ocupa. En la puritana Nueva Zelanda de principios de los años cincuenta del pasado siglo, dos adolescentes, pertenecientes a mundos muy diferentes, coinciden en su pasión por la escritura, la ópera, la naturaleza. Juliette y Paul, exultantemente encarnadas por dos jovencísimas Kate Winslet y Melanie Lynskey, entablan una entrañable relación de intereses comunes en su particular mundo de fantasías, ajeno a un entorno que no las entiende.
            Ambas adoran a Mario Lanza y hacen figuritas de plastilina que se transforman en el curso de la cinta en criaturas con vida propia en un exceso del guión.
            Los padres no van a tardar mucho en oponerse a su relación, demasiado bonita para ser aceptada en ese mundo de la Coomonwealth. El caso es real, se basa en buena parte en los diarios de Paul. Nada malo vemos hoy, al menos  las personas decentes, en que dos mujeres o dos hombres quieran llevar su amistad hasta los límites del amor. No quieren que nada las separe. Pero Juliette recae en su tuberculosis y sus padres deciden enviarla a Sudáfrica. Es entonces cuando la historia da un vuelco y de la magia pasamos al crimen, el sangriento asesinato de la madre de Paul.
            Se rompe todo, adiós al sueño. Sabemos al final que fueron a prisión y las dejaron salir al cabo de un tiempo con la condición de que no se volvieran a ver. No estamos ante una cinta propiamente queer, aunque su estética nos recuerde un poco al new british free cinema, sobre todo a las obras combativas del primer Stephen Frears.
            Una historia muy bella, rodada con buen pulso, en exteriores, bien fotografiada, nos deja, pese a su abrupto final, un muy buen sabor de boca. A destacar la imagen de la foto de Orson Welles en el río, o las imágenes de las dos comiendo palomitas viendo “El tercer hombre”.


           


Comentarios

Entradas populares