1984


1984, GB, id.
Dir: Michael Radford.
Guión: id
Int: John Hurt. Suzanna Hamilton, Richard Burton





Orwell, hombre de izquierdas básicamente sin partido, que anduvo por aquí durante nuestra fratricida contienda luchando al lado de las filas del POUM, nos deja en 1984 un lúcido aviso de lo que es un estado totalitario. Escrito poco después de la derrota de los nazis y en pleno comienzo de la reconstrucción del poderío soviético y sus estados satélites (que llegaron a ser medio mundo, algo que agrada al profesor Josep Fontana, como se encarga de recordarnos en sus plúmbeos libros, que reciben normalmente buenas críticas, ay señor), su lectura es escalofriante.
El film de Radford translada a la pantalla la novela con bastante fidelidad, teniendo en cuenta que es un texto denso y relativamente largo. Esta distopía está muy bien ambientada, vemos un mundo apocalíptico de miseria y escasez, todo controlado por una suerte de líder que martillea todo el día a los ciudadanos desde las pantallas de un televisor. Es una dictadura perfecta donde casi todos tienen lavado el cerebro, no son más que autómatas y los disidentes, pocos, saben que llevan todas las de perder.
Pero Winston es culto e inteligente y tiene memoria de un pasado que ha sido borrado y resiste en su interior y lleva un diario y se enamora, desafiando las consignas del partido, de la policía del pensamiento. Se nos dice en un precioso parlamento que nadie puede controlar el corazón de un ser humano, y eso es cierto.
La última parte del film, cuando aparece un casi póstumo Richard Burton como torturador-rectificador de la mente, es todo un tour de forcé que culmina en una escena que pone los pelos de punta.
Todo esto no debería resultarnos tan lejano en un país donde no hay libertad de expresión, excepto en sitios como éste, donde TODOS los medios de comunicación están controlados (por Rajoy, la Iglesia, Roures...tanto da) y destinados a lavar el cerebro a los ciudadanos. Se ve elección tras elección, donde el voto está teledirigido por unas cadenas al servicio de unos intereses espurios, donde siempre todos son los mismos aunque aparezcan bajo diversas siglas y con discursos más antiguos o más rompedores.

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