KV626
KV
626
La música es un don de los dioses y
el dios de la música es Mozart. Hay grandes músicos, entre los que me gustan
Bach, Brahms, Schubert; Mahler, Britten, Shostakovich, pero Wolfgang Amadé (así
firmaba él, Amadé, a la francesa) es único, es la música misma.
Sus últimas sinfonías, sus óperas,
la música de cámara, sus conciertos para piano, la sinfonía concertante, forman
un corpus que a cualquier aficionado con sensibilidad lo ha de transportar
necesariamente al nirvana, al Walhalla.
Siempre tuvo una difícil relación
con su padre, que de niño los llevó a él y a Nannerl por todas las cortes
europeas exhibiéndolos como monos de feria: esos largos viajes, junto con el
exceso de trabajo, influirían después en su mala salud.
En 1778 hizo el fatídico viaje a
París, donde falleció su madre. A su memoria compuso la sinfonía en mi bemol
mayor, su tonalidad favorita, cuyo segundo movimiento hace que tiemble la
tierra toda.
El año 1791, el último que pasó
entre los vivos, fue muy prolífico, pese a su ya terminal estado de salud.
Quiere la leyenda que recibiera la visita de un extraño que le encargó una misa
de réquiem. Wolfgang, temoroso de la muerte, supersticioso, lo interpretó como
una señal del más allá: sabía que iba a componer su propia misa de difuntos.
Resultó ese misterioso caballero,
que la empalagosa película de Forman nos presenta como un emisario enmascarado
(hay un film húngaro, más o menos de la misma época, de cuando aún no había
caído el telón de acero, que se acerca con mucha más exactitud y calidad a la
figura del genio de Salzburgo) ser el
criado del conde Walssegg, que quería la misa para los funerales de su
fallecida esposa.
Wolfgang Amadé está muy enfermo. La
mayoría de sus biográfos cree que el famoso réquiem fue terminado por
Süssmayer, su discípulo. Mozart lo compone, como decimos, enfermo, quizá dicte
a su discípulo, las fuerzas lo abandonan. La sombra de la inexorable dama se
cierne sobre él. Su vida ha sido muy azarosa: su matrimonio con Constanze, pese
a que quizá a quien quiso de verdad fue a su cuñada Aloysia, las muertes de
varios hijos al poco de nacer, sus problemas financieros.
No sabemos con exactitud de qué
murió, aunque todo apunta a un envenenamiento de la sangre por un problema renal.
De todas las versiones que se pueden
escuchar del K 626, me quedo con la de Karajan, uno de los directores que mejor
supo entenderlo: era también de Salzburgo y un genio, aunque su comportamiento
durante los ominosos años del Tercer Reich fue vergonzoso. Qué lejos estuvo
nuestro genio de defender tonterías, totalitarismos, mal de ninguna clase para
sus semejantes. Abrazó la masonería, creía en la fraternidad universal y como
sabemos tuvo muchos roces con los poderosos, hasta el punto de que el arzobispo
Colloredo lo llegó a echar de sus aposentos de una patada en el culo.
Mozart dicta el lachrimosa, no tiene
fuerzas para ponerse en pie. Süssmayer toma notas. En su lecho recuerda a
Lorenzo da Ponte, ese libertino con el que construyó el templo de la ópera, una
trilogía bufa de comedias licenciosas muy avanzadas para la época. Amadé amó a
muchas mujeres, aunque se puede decir que fue feliz con su Constanze. Mientras
su madre agonizaba en París, componía la sonata para piano K 331, quizá la más
bella que se ha escrito nunca, y pese a las circunstancias, tiene un primer
movimiento optimista, diáfano. Tras el fatal desenlace envía una conmovedora
carta a su padre y Nannerl.
La fijación que siempre tuvo con los
excrementos nos indica que nunca dejó de ser ese niño que iba de corte en
corte, con una vida itinerante. Un psicoanalista hoy nos daría la versión de
una personalidad patológica, pero eso, ¿qué más nos da?.
Cincuenta años antes de que el conde
Walssegg hicera ese misterioso encargo, Bach ponía fin a sus no menos famosas
variaciones Goldberg, llamadas así porque un aristócrata insomne, el conde
Keyserling, las encargó para que un joven clavecinista, del mismo nombre que la
pieza, las interpretara en sus desvelos.
Kyrie, lachrimosa, dies irae, el
réquiem avanza, pero Wolfgang siente cada vez más próxima la muerte, está
convencido de que lo han envenenado con agua tofana. ¿Habría sido la misma su
música sin la influencia de Haydn?. Creo que no, fue su padre espiritual y gran
amigo y llegó a decir a Leopold: “Su hijo es el mayor compositor que han visto
los siglos”.
Puedo escuchar la sinfonía Júpiter
todas las semanas. De su segundo movimiento dice Woody Allen en Manhattan que
es una de las cosas
por
las que merece la pena vivir.
Mozart siempre gastaba más de lo que
tenía. Constanze pasaba largas temporadas en caros balnearios, se alojaban en
casas demasiado caras para su economía. En sus últimos años pedía
constantemente dinero a sus compañeros de la masonería. Pero se merecía eso y
más, ese genio que una vez, tras escuchar el miserere de Allegri lo transcribió
de memoria sin errar en una sola nota. ¿Alguien ha sido alguna vez capaz de
hacer algo así?.
Mientras Wolfgang está componiendo
el don Giovanni muere su padre. Entra en una depresión, lo quería mucho, lo
admiraba, sabía cuánto había hecho por él. Está en Praga, seguramente la ciudad
que más lo quiso y mimó. Don Giovanni o il dissoluto punito, K 527, una ópera
libertina, revisión del mito de don Juan que muchos críticos consideran la
mejor de sus óperas y de todo el repertorio.
Se va acercando el final: está muy
enfermo. Süssmayer, Constanze y él mismo cantan fragmentos del réquiem. Parece
que de su pluma salió más o menos la mitad, el resto lo terminó o Süssamayer o
cualquier otro. Su cuerpo está muy hinchado, no se va a levantar más de la cama,
pero sigue retocando su misa, que desde el principio creyó que iba destinada a
él mismo. Por fin, el cinco de diciembre muere, sin haber cumplido los 36 años.
Su entierro será muy modesto, a día de hoy no sabemos exactamente dónde reposan
sus huesos. Cernuda abre así su último libro, desolación de la quimera:
“Si alguno alguna vez te preguntase/
la música, ¿qué es? Mozart, dirías/ es la música misma/ voz más divina que otra
alguna, humana/ al mismo tiempo, podemos siempre oírla/ dejarla que despierte
sueños idos/ del ser que fuimos y el vivir matamos/ sí, el hombre pasa pero su
voz perdura/ nocturno ruiseñor o alondra mañanera/ sonando en las ruinas del
cielo de los dioses.
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