Jorge Semprún y la Shoah
Jorge Semprún y la Shoah
Ahora
que se cumplen 70 años de la liberación de los campos de concentración nazis,
sirvan estas reflexiones como modesto homenaje a las víctimas de todos los
totalitarimos.
Semprún, en Buchenwald, pudo ver “la
nieve en todos los soles, el humo en todas las primaveras”. La nieve, esa nieve
de Buchenwald sería un recuerdo fijado en su memoria toda su vida. Nevó en las
manifestaciones del primero de Mayo del 45 en París, donde él estaba presente.
Hacía apenas unas semanas que los americanos habían liberado el campo. En
Weimar, en Turingia, por donde había paseado Goethe. El escritor español hará
referencia al famoso libro de Eckerman en “Aquel domingo”.
El loco universo concentracionario
nazi, diseñado por Himmler, tenía varias clases. Tres, concretamente. Semprún
fue a un campo para opositores políticos, donde la muerte venía normalmente por
hambre y enfermedades, aunque había por supuesto ejecuciones y traslados a
campos peores.
Lo peor queda reservado para los
judíos: Auswitz, Dachau: con la estrella de David en el pecho, no morían todos
de inanición, aunque también, sino normalmente en la cámara de gas. La Shoah es
sin duda el episodio más sangriento y vergonzoso de la Historia, y seguramente
el mejor planeado.
Los nazis, con Hitler, Himmler,
Heydrich, etc, a la cabeza, comenzaron a buscar una solución a lo que ellos
llamaban el “problema judío” nada más llegar al poder en el fatídico año de
1933.
Mientras Semprún procura sobrevivir
en Buchenwald, Milena muere en Ravensbrück. Corre el año 44- Hace veinte años
que murió su amado Franz. La tuberculosis lo libró de correr una suerte
parecida, la misma que Milena y parte de su familia: morir en un campo de
exterminio, tras haber pasado un año o
quizá unos meses con una estrella de David cosida al pecho y un trozo de pan con margarina como todo sustento diario,
quizá algún día un incomible sopicaldo.
Unos seis millones de judíos
perecerán en estos campos de la muerte. El ser humano es capaz de llegar a eso,
diseñar campos de concentración para matar de hambre o en la cámara de gas a
sus congéneres.
El pasado siglo fue el de mayor
brutalidad de todos los tiempos, el de los totalitarismos, la política de
bloques, dos guerras mundiales, el imperialismo, etc,etc.
Pero Semprún, un resistente
comunista, al ingresar en el campo, y ante la pregunta de su profesión,
responderá que estudiante de filosofía. Le responden que eso no es una
profesión. Va a ser destinado a un trabajo burocrático por el que ha sido muy
criticado, pues pudo durante un tiempo disponer de la vida y la muerte de seres
humanos. Los comandos comunistas estaban muy organizados en los campos y
nuestro protagonista ha sido detenido por pertenecer a la resistencia
comunista. Supongo que trató de salvar vidas, pero de todos modos resulta muy
complicado juzgar a alguien que ha vivido una experiencia semejante.
Tras salir del campo, Semprún
deambula por París. No tiene un trabajo fijo. Sigue con la militancia (supongo
que los años en los que actuó en la resistencia antifranquista en España, esa
continua búsqueda de riesgos, es de alguna manera una reacción a su experiencia
como deportado).
Tenía pesadillas, no le gustaba
hablar de su experiencia, y lo que es más importante, no podía escribir sobre
ello. Seguramente ha sido el superviviente que mejor ha escrito sobre los
campos de concentración. Ahora, ya desde hace algún tiempo, hay campos en la
URSS. La izquierda europea, entre la que se encuentra Semprún, lo niega, no
quiere ni oír hablar de los crímenes de Stalin. Esta actitud estuvo vigente
hasta hace poco, y temo que vuelve a surgir de nuevo en movimientos populistas
en auge.
Hasta 1963, ya prácticamente rotos
sus vínculos con el PCE, no escribe su primera novela, “el largo viaje”. En
francés, como casi todos sus libros. No es su lengua materna, sino la lengua de
acogida, la del exilio del niño republicano. Sus obras son un trabajo de
recuperación de la memoria, un empeño por contar algo que, esperemos, no se
vuelva a repetir.
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