Dubliners V
Releo el pianista, de Vázquez Montalbán,
quien siempre me pareció un buen escritor a la par que un señor que se ponía
pesadísimo con la política. Pero esta novela, del ochenta y cinco, es una
crítica de lo que era entonces una posmodernidad desideologizada a la vez que
de la miseria moral del franquismo, de los vencedores de la guerra. La parte
que más me gusta es la segunda, ambientada a fines de los cuarenta, en esa
misérrima posguerra, habitada en Barcelona por dignos perdedores.
No sé si todos los actos del hombre tienen
cierto significado. No me refiero a los horribles, a las guerras ni el
exterminio ni los genocidios, sino a todos los demás, los buenos, los
regulares, los neutros. Veo poco la tele, pero me pregunto por el papel de la
publicidad. Todos compramos cosas, por poco consumistas que seamos, necesitamos
cosas, y algo tan en apariencia banal como la publicidad televisiva nos puede
guiar. Hace un rato he visto de reojo un anuncio sobre un limpiador de óxido
para la ducha que me puede ser útil. La vida puede ser hasta divertida.
Mi abuelo Bernardo salió del penal de
galeras y conoció a Maruja, mi abuela, de la que he hablado poco pero de la que
hablaré más a partir de ahora. Debieron tener un noviazgo fugaz en aquellos
principios de los años cuarenta de hambre y derrota. Ella se fue algún tiempo
nada más terminar la guerra con sus hermanas a Barcelona a casa de unos
parientes algo pudientes, pues aquí desfallecían literalmente de hambre, como
por otra parte casi todo el país. Ese noviazgo debió ser de pocas alegrías, en
la tristeza de aquella época, entre un vencido de la guerra que se asfixiaba en
el clima de los vencedores y una mujer muy joven que descollaba por su belleza
y a la que en Barcelona tentaron para que se dedicara al cine. El volvió a
trabajar en oficinas como contable, pero no, no encontraba su hueco. En 1944
decidieron casarse, y un año después nacía mamá. Ellos vivían entonces en la
zona conocida como las casas baratas, donde estaba y está la casa del tío
Samuel y la tía Geli, ambos fallecidos, ella hace muy poco, nonagenaria, casa
en la que he pasado tan buenos ratos de niño y que de adulto nunca he podido
superar que me provocara una gran sensación de tristeza, como de tiempo huido,
de cosa perdida, como la sombra que se va que diría Muñoz Molina.
Bernardo se asfixiaba en ese clima de
miseria moral y decidió hacer los bártulos. Así, en 1947 comenzó un periplo por
Marruecos, primero Tánger, después Tetuán. Al principio se fue solo, yendo de
vez en cuando mi abuela con mi madre y mi tío, Tere nacería ya entrados los cincuenta.
Más tarde, en 1952, se reunieron todos, ya en Tetuán, en el chalet a las faldas
del Monte Dersa, donde vi una vez a mamá llorar en la puerta. Al principio iban
todos al hotel de Tetuán, donde coincidieron con María Félix que rodaba una
peli, peli que vi hace poco en la dos en historia de nuestro cine y me gustó. A
mi abuelo le gustaban María Félix y Pola Negri. La condesa descalza y el tercer
hombre fueron de las últimas películas que vimos juntos. Le encantaba la música
de Zorba el griego, la del baile con el sirtaki, siempre lo decía, lo mucho que
le gustaba esa banda sonora del cambiante Theodorakis, eterno comunista que en
su vejez, si no recuerdo mal, se pasó a la derecha.
Esos años de Marruecos fueron pletóricos
para mi familia. Él fue aceptado enseguida en la comunidad española, sin tener
nadie en cuenta su pasado político. Sí que me dijo que al principio el cónsul
se negaba a darle el visado, pero cuando comprobaron que era normal, que sólo
quería trabajar y prosperar en la vida, no hubo mayores problemas. Le ayudó
mucho al principio su amigo Luis Mombiedro, alto cargo de la telefónica y
hombre cercano al régimen. Mi abuela me contaba que allí iban mucho al cine y a
los actos sociales, como bailes o el tiro al pichón y al cabaret y a la revista.
Tetuán era entonces un oasis, en aquella zona del protectorado se respiraba
otro aire bastante diferente al de la casposa España de Franco, de ahí que
ellos se sintiesen tan a gusto y fuesen felices. También me contaba mi abuela
que una vez en una revista la actriz principal se encaprichó de mi abuelo, pero
él no le hizo ni caso. Realmente me
alegro de que se fueran y de que encajar allí tan bien. Parte de mi vida está
en esas faldas del monte Dersa.
Mamá tiene en su mesilla de noche una foto
de ellos, los dos bastante jóvenes y bastante guapos, calculo que allá por
1950. Pasean por una calle cercana a la Medina de Tetuán, esa en la que unos
chavales nos atracaron a todos unos adultos en 1987, cuando fuimos a la boda de
la prima Pilar y pasamos aquella mañana fría de un incipiente otoño más miedo
que vergüenza. Bernardo volvía a la península por sus negocios. Montó dos
tiendas de electrodomésticos con un socio, un judío del que se hizo muy amigo,
y venía a Barcelona y a Madrid a reuniones, a hacerse cargo de sus cosas, como
tenemos que hacer todos. De una de esos viajes a Barcelona tenía fotos que perdí, en esa foto lo encontré algo grueso,
no como en la foto que guarda mamá, donde como digo están los dos muy guapos y
delgados.
Ignoro a qué colegio fueron Tere y mamá,
supongo que al mismo, aunque con diez años de diferencia, Tere es del 55, y
ellos volvieron ya definitivamente a España en el 62, con lo que Tere apenas
fue un año al colegio en Tetuán, en todo caso al preescolar, si es que entonces
se estilaba eso del preescolar, ella ya se escolarizó en Linares. Lo que sí sé
es que mi tío Bernardo fue al colegio del Pilar, algo de lo que él y su padre
estaban muy orgullosos, el colegio del Pilar era el de las élites en la España
franquista y recuerdo que casi todos los primeros ministros de Felipe Gonzáles
se habían educado allí y ellos dos en aquellos años del cambio lo comentaban.
Tenían allí sus pandillas entre la colonia
de españoles, hicieron buenos amigos que aún conservan y de los que cuando se reúne
la familia hablan. Bernardo de hecho va a las reuniones de antiguos residentes,
que tiraban una revista, Medina si no recuerdo mal, donde solía yo escribir y
que a veces me enviaban.
Aunque allí el clima política en general
era tranquilo al menos hasta la independencia, recuerdo que por mediados de los
cincuenta hubo jaleo, puede que fuera una maniobra del hermano del entonces
rey, Mohammed V, no sé, puede que ni siquiera tuviera hermanos, pero el caso es
que el primo Míguel me comentó una vez que Bernardo estuvo unos meses en su
casa en aquella época, lo envío mi abuelo porque podía correr algún tipo de
peligro, no mamá ni Tere, al menos no tanto, pues por lo visto a las mujeres
las respetaban más. Mi abuelo siempre decía que Mohammed V era un buen hombre
pero que su hijo, el temido y temible
Hassan II era un asesino, que desenchufó a su propio padre de la máquina en el
hospital donde agonizaba para que muriese antes, pero no por caridad, para
evitarle sufrimientos, sino por la pura codicia de heredar cuanto antes el
sufrido reino alauí.
Mis abuelos eran muy aficionados al cine,
como toda la familia, como en general lo ha sido siempre el pueblo español,
históricamente muy cinéfilo e iban al cine en Tetuán, claro. Pero Maruja vio el
puente de Waterloo en España, antes de partir, poco antes de que naciese mamá,
quizá durante su embarazo, y de ahí sacó su nombre, el de la bella Vivien Leigh
en una peli bélica de mucho amor, de esas de Hollywood que eran las favoritas
en la España de la posguerra de todo el mundo, en aquellos años de derrota y
pobreza donde la gente se refugiaba en los cines huyendo del frío, de la
escasez, y era feliz durante dos horas, dos horas u hora y media de sueño, de
escape de la triste realidad. Maruja era una gran cocinera y en Marruecos
aprendió a hacer exquisiteces. Nunca olvidaré, olvidaremos, su famoso pollo a
la moruna, que solía hacer para celebrar los fines de aquellos interminables
veranos de Cabo de Palos, donde tanto ella como Bernardo como todos nosotros
fuimos tan felices, tan jóvenes. ¡Qué viejos estamos, qué rápido pasa todo,
cómo nos derrota la vida!
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