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Siempre tuve libros de Bernardo, heredé
muchos tras su muerte y los tuve otros en vida de él. Recuerdo leer en esa
circunstancia última dos que me impresionaros vivamente, El idiota y Rojo y
negro. Supongo que las traducciones eran flojas, las de Dostoievski,
concretamente de círculo de amigos de la historia, no traía el nombre del
traductor y supongo que la traducción lo era del francés. Pero yo anduve meses
encantado con las andanzas de Nastasha Filipovna y Madame de Renal, dos típicas
heroínas de novela del siglo XIX. Por aquel entonces comencé a llevar un
diario, donde tomaba notas de la actualidad política, de mis lecturas, de mis
amores, en todo un ejercicio de narcisismo que, como diría Gil de Biedma,
estaba en consonancia con la edad que tenía.
Nicolás Redondo dimitió como parlamentario
del partido socialista, no recuerdo si por desacuerdo con los presupuestos
generales del estado o la ley de pensiones. Bernardo comentó que se iba a ir a
hacer la huelga con los comunistas, como así ocurriría. De la guerra, los
comunistas y socialistas se llevaban a matar, algo que en cierto modo hoy sigue
ocurriendo. Yo admiraba profundamente a Redondo, me parecía un hombre honesto y,
a diferencia de Felipe González, de convicciones netamente de izquierdas. Las
cosas vistas hoy no son tan blancas ni tan negras, aunque no sé, me sigue
cayendo mejor Redondo que Felipe.
A Calviño lo sucedió al frente de RTVE la
malograda Pilar Miró. Vinieron entonces cuatro años de muy buen cine en la
tele, hasta que Alfonso Guerra y los suyos iniciaron la asquerosa caza y
captura de la cineasta. Yo no tenía tele en el piso de estudiantes, excepto un
año, por lo que veía ese cine (de la UFA. Clásico de Hollywood, clásicos
europeos, etc.) en la casa familiar, fines de semana y vacaciones. El verano
del 87, estando ya Bernardo muy enfermo, vi con él El tercer hombre, creo que
por vez primera, y se me quedó grabada esa famosa escena en la que aparece por
primera vez Harry Lime/Orson Welles, cuya cara es iluminada y sonríe y suena la
famosa música de melodía de Anton Karas, y me dieron ganas de ponerme a bailar,
teniendo además en cuenta que creía estar enamorado, algo de lo que poco
después me di cuenta de que no era más que una ilusión óptica. Cada vez que
vuelvo a ver la peli de Reed/Welles me embarga mi sempiterna sensación de
melancolía.
El día de año nuevo del 86 me levanté a
las tantas y daban en la tele Guerra y Paz. Andaba entonces colado por Anabel y
no recuerdo si salí con ella esa Nochevieja o nos llamamos, pero el caso es que
tengo asociados el día de año nuevo y Guerra y Paz con ella. Ese año se
cumplían cincuenta del cobarde asesinato de Federico y TVE encargó a Bardem una
serie sobre su vida, Lorca, muerte de un poeta, que emitieron poco después.
Adoro a Lorca, creo que se nota, su poesía, su teatro, su duende, me acompañan
desde que era un niño y hacen mi vida agradable. Vi esa serie, que emitieron
los viernes o los sábados por la noche, y se me quedó grabada la frase que
pronuncia al comienzo y al final el actor que hace el doblaje del actor
británico que hace de Federico que es el final de La casa de Bernarda Alba, “Y
no quiero llantos, la muerte hay que mirarla cara a cara, silencio, a callar he
dicho, nos hundiremos en un mar de luto”. Esa frase me la decía en voz alta
cada vez que me dirigía a casa de Bernardo a verlo cuando se estaba muriendo….y
no quiero llantos….”.
Veo Manifesto, film experimental de Julian
Rosefeldt, videoartista, con la Blanchett de maestra de ceremonias, haciendo
hasta 12 personajes. Es una suerte de manifiesto dadaísta y situacionista sobre
el significado del arte en nuestros días. La diva australiana lee interesantes
textos con una impecable dicción inglesa. Con evidentes influencias de Mekas o
Akerman, es una propuesta interesante que pese a sus riesgos extremos no cae en
la pedantería y ofrece algo diferente al siempre banal cine mainstream.
A principios de otoño del 87 fuimos a
Ceuta a la boda de la prima Pilar. Bernardo se había puesto ya muy malo y
Maruja se quedó con él. El último viaje que hizo fue poco antes a Jaén, y a la
vuelta vomitó y dijo que ya no volvería a viajar, que no podía. Ese viaje lo
hicimos con Fidel en el Scorpio. Fue en ese viaje a Ceuta, ya en Tetuán, donde
unos niños nos rodearon y nos atracaron. Hacía frío, estábamos en un buen
hotel. La comida fue en un buen restaurante, pero apenas recuerdo nada más.
Pasaron unos meses y ya Bernardo empeoró muchísimo y en febrero del 88 le
pusieron el oxígeno, en aquellas bombonas altas de antes y no se lo quitaba en
todo el día. Fue su lenta y horrible agonía. Yo iba a menudo a verlo, y ya digo
que por el camino recitaba ese pasaje final de La casa de Bernarda Alba que era
el prólogo a los capítulos de la serie de Bardem. La agonía de mi abuelo
coincidió con el empeoramiento de mi estado de ánimo, las desgracias nunca
vienen solas. Toda la familia estaba desolada y Maruja comenzaba a la vez su
lento declive, que la haría zozobrar: nunca fue muy fuerte de carácter. Mis
abuelos, ese sueño de mi infancia, se me iban y con ellos una buena parte de
mis ilusiones. Pero eso es la vida, todo
se acaba, nada dura para siempre y la felicidad es corta y efímera.
Mamá había abierto a principios de los
ochenta con tres amigas una tienda de regalos, acervo, puesta con muy buen
gusto y que tuvo mucho éxito. Todas las nochebuenas hacían una caja de un
millón de pesetas, lo cual era una barbaridad para hace casi cuarenta años. Yo
iba a menudo allí a merendar tras salir del colegio, pues me gustaba mucho el
sitio, donde tenían bombones de licor con ciruela, y por qué no decirlo, me
gustaban las amigas de mi madre, dos de las cuales eran guapísimas y a mí me
encantaba que me mimaran y me invitasen a un zumo con una tostada o a los
susodichos bombones de licor. En la tienda había unos cuantos libros a la
venta, y recuerdo haber cogido Las afinidades electivas, de Goethe, que al
final no leí, ni en ese ejemplar ni en ninguno.
A acervo iban también mis hermanos, pero
quizá el que más vinculación tuvo con ella fui yo por tener mayor temperamento
artístico. Al principio hubo exposiciones de pintura en la parte de arriba; por
allí pululaban muchos artistas, escritores, intelectuales. Era otro de los
paraísos de mi infancia. Por otro lado, últimamente veo a una amiga de mi
hermana que siempre me gustó, que era una chica monísima y ahora es una mujer
madura de gran belleza. Ay el tiempo, como diría Gil de Biedma, ya todo se
comprende.
Y Bernardo se moría, era inevitable,
cuestión de meses, en medio de una terrible agonía. Ya no podía hablar con él
de literatura, ni de la guerra, ni de nada, pues se pasaba el día adormilado,
con el oxígeno puesto. Me hubiese gustado hablarle entonces de Machado, de su
papel en la guerra, donde fue el intelectual más honesto. Líster, en sus
memorias, cita una carta que el enorme poeta y hombre bueno le envió:
“Querido amigo: Recibo su amable carta y
su espléndido regalo. Con toda el alma agradecido a sus hombres. Sus palabras
me conmueven y me llena de optimismo y esperanza. Disponga siempre de su buen
amigo.
Barcelona, 1 de enero de 1939. Antonio
Machado.
En esas fechas don Antonio estaba muy
enfermo, a punto de morir en Colliure junto a su madre. Dicen que no tenía
dinero para pagar la pensión donde madre e hijo agonizaban y que le dijo a la
dueña que le podía dar un poema. Añade Líster:
“No, el retrato del Machado de la guerra
no es ése que nos pintan ciertos plumíferos y que otros ocultan por
conveniencia, sino el del verdadero combatiente antifascista con la pluma y la
palabra. Ese espíritu combativo, esa fe en la justeza de nuestra lucha, ese
convencimiento en nuestra victoria final es lo fundamental que se desprende del
poema que me dedicó durante la batalla del Ebro”. Se refiere al famoso poema A
Líster, Jefe en los Ejércitos del Ebro”, que termina “Si mi pluma valiera tu
pistola / de capitán, contento moriría”. Ya he dicho aquí el enorme respeto que
me merecen Líster y sus combatientes del V Regimiento, pero no es tarea mía
hacer un ensayo sobre nuestra guerra, ni juzgar a nadie. Doctores tiene la
Iglesia. A lo que no me resisto es a transcribir la elegía que don Antonio
dedicó a Federico:1.El crimen “ Se le vio caminando entre fusiles, / por una
calle larga / Salir al campo frío / aún con estrellas de la madrugada. /
Mataron a Federico / cuando la luz asomaba/ El pelotón de verdugos / no osó
mirarle a la cara/ Todos cerraron los ojos. / rezaron ¡ ni Dios te salva! /
Muerto cayó Federico/ - sangre en la frente y plomo en las entrañas-/ Que fue
en Granada el crimen / sabed - ¡pobre Granada! – en su Granada”.
2. El
poeta y la muerte. “ Se le vio caminar solo con Ella / sin miedo a su
guadaña / - Ya el sol en torre y torre, los martillos / en yunque – yunque y
yunque de las fraguas. / Hablaba Federico / requebrando a la muerte. Ella
escuchaba / Porque ayer en mi verso, compañera / sonaba el golpe de tus secas
palmas / y diste el hielo a mi cantar, y el filo / a mi tragedia de tu hoz de
plata / te cantaré la carne que no tienes / los ojos que te faltan / tus
cabellos que el viento sacudía / los rojos labios donde te besaban… / Hoy como
ayer, gitana, muerte mía, / qué bien contigo a solas, / por estos aires de
Granada, mi Granada”.
3 “Se le vio caminar…./ Labrad, amigos, /
de piedra y sueño en el Alhambra / un túmulo al poeta; / sobre una fuente donde
llore el agua, / y eternamente diga: / el crimen fue en Granada, ¡ en su
Granada!”.
Imposible decir más con menos ni ser más
sentido. Nadie me quitará nunca los buenos ratos que pasé leyendo
frenéticamente a nuestros dos poetas cuando tenía catorce, quince años, robando
horas al sueño. Era la época de El loco de la colina, que escuchábamos con
Bernardo Luis Miguel y yo en la terraza de Cabo de Palos, pese a la hora.
Pues sí, me quedaron tantas conversaciones
con él en el magín. El verano anterior había estado leyendo los diarios de
Azaña, que compré en Espartaco en dos tomos de la vieja editorial crítica de
tapas amarillas y que no me gustaron. Un poco antes leí otro libro de don
Manuel, unos artículos que publicó en Francia ya muy enfermo, titulado “causas
de la guerra de España”, en crítica también. Ese libro sí que me gustó, y
mucho. Desde entonces tengo la costumbre de leer sobre nuestra guerra, nuestro
drama colectivo, nuestra gran aportación a la historia universal. Es más,
cuando me encuentro mal, estoy algo deprimido, o desmotivado, bajo de moral,
curioseo y compro alguna novedad sobre el asunto, y la leo y quedo
reconfortado.
La política de Negrín de resistir siempre
me pareció un acierto. Hay que tener en cuenta que para la desproporción entre
los dos ejércitos, el legítimo, mal organizado en su mayoría y pobremente
armado, y el nacional, bien armado por Hitler y Mussolini y disciplinado, el
haber aguantado tres años fue un milagro sólo atribuible al tesón de algunos
mandos y a la ilusión, aunque parezca raro decir esto, que tenían muchos de los
miembros de la tropa. La batalla del Ebro también creo que estuvo bien
planteada, era la única forma de entretener a Franco y que no entrara a saco,
primero en Valencia y seguido en Barcelona. Negrín y Rojo lograron ganar un
tiempo precioso, aunque con un altísimo coste en vidas, y que después de todo
sirvió para bien poco.
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